jueves, 22 de marzo de 2012

Códice de Paris

Còdice de Paris
Manuscritos pintados, libros sagrados, pinturas, santo ju’uno’ob, ventanas hacia lo sobrenatural, guías del cosmos: los códices fueron esenciales para el funcionamiento y ejercicio cotidiano del sacerdocio maya. El Códice París se ocupa al menos de ocho temas, entre ellos anotaciones históricas, almanaques adivinatorios e incluso movimientos de las constelaciones.
Los tres códices mayas reconocidos reciben el nombre de las ciudades donde se encuentran: Dresde, Madrid y París. Descubiertos en el siglo XIX, cuando se encontraban en manos de coleccionistas, han sido estudiados por infinidad de investigadores de todas las naciones y es común considerarlos reliquias u objetos de arte y describir sus características físicas o estéticas de acuerdo con esta valoración. Para entender el papel que les otorgaron los mayas mismos, en cambio, debe tomarse en cuenta la mentalidad maya, adentrándose en la visión indígena del mundo.
Para desentrañar el significado de las misteriosas páginas pintadas recurrimos a la arqueología, la epigrafía, la historia del arte, la lingüística, la etnohistoria y la etnografía; abrevamos en los escritos de nuestros antecesores –Ernst Forstemann, Eduard Seler y Alfred M. Tozzer–; pasamos años trabajando en campo, en bibliotecas y archivos; asistimos a reuniones, conferencias o simposios. Finalmente, presentamos nuestros humildes descubrimientos a los colegas y al público, con la esperanza de acercarnos a nuestras metas.
Personalmente, considero esencial tener en mente el punto de vista de los sacerdotes, ya que estos libros fueron las herramientas de su profesión. Mi trabajo etnográfico de campo en Yucatán fue, en este sentido, revelador. Tres hombres llegaron desde lejos, por veredas de la selva, hasta un pequeño poblado al norte de Valladolid, hasta la casa con techo de guano del chamán del lugar; consultaron a don Esteban en tono callado, llenos de incertidumbre. La esposa de uno de ellos estaba gravemente enferma y ningún médico podía sanarla. Oculto en la oscuridad de un rincón, recogí la conversación en mi cuaderno, con mi cámara y mi grabadora.
Estirándose, don Esteban sacó de lo alto de su altar un libro empolvado, envuelto en periódico. Extendió las páginas y con cuidado desenvolvió una vieja lámina con símbolos esotéricos; era un libro de oráculos publicado en la ciudad de México en 1950 y usado para adivinar, decir la buena fortuna y curar. Los tres visitantes escuchaban atentamente mientras don Esteban adivinaba la enfermedad de la mujer y recomendaba remedios acordes con la consulta en su libro sagrado. Me recorrió un estremecimiento mientras presenciaba el uso del equivalente moderno de un códice antiguo.


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